La exposición a la violencia como medio para crear consciencia

Por Jennyfer Ariadna Briceño Cabello

Una de las definiciones para violencia es la siguiente: “Uso de la fuerza para conseguir un fin, especialmente para dominar a alguien o imponer algo”. 

A lo largo de la historia hemos sabido y conocido acerca de varios sucesos en los cuales la violencia ha sido protagonista: guerras, luchas, batallas, manifestaciones, entre otros; llevando tras de sí una serie de estragos indeseables, pérdidas, muertes, dolor, aflicción, dolor, resentimiento, miedo… Manifestaciones que parecen ser inherentes a la existencia, empero, marginadas por entrar en la categoría de consecuencias negativas. 

Al preguntar si la violencia es necesaria para educar y moralizar a una sociedad, la mayoría respondería que no; al contrario, hay un rechazo total hacia ella del cual podemos extraer más desventajas que ventajas. Es cierto que la violencia no se justifica ni debe de ser promovida, sin embargo, la promoción de su contrario es cierto que no ofrece soluciones. 

Basta ver la difusión en redes y medios de frases y “consejos” motivacionales los cuales promueven un estado permanente de felicidad y satisfacción; se invita a ignorar lo negativo de la vida abogando exclusivamente por sensaciones, emociones y experiencias “positivas”, amables y placenteras. Como si la única forma posible de lidiar y hacer frente los casos de abuso, violencia, injusticia y demás experiencias desfavorables fuese creando un estado de anestesia prolongada. 

Pero, ¿qué pasaría si, más bien, se acudiera a la violencia misma como antídoto? Eso es lo que encontramos en el film Joker, de Todd Phillips. Nuestro personaje principal, el antihéroe, es puesto en un escenario desde el cual se explicará su origen y el porqué de su comportamiento no innato. Este escenario queda totalmente lejos de la visión armónica y ordenada de las cosas, lo que impera es el desorden, el caos, el rechazo, la indiferencia, la pobreza y decadencia, los abusos e injusticias. 

Vemos la contraparte del “eterno bienestar”, los infortunios parecen ser parte de la vida misma, al menos de la de nuestro personaje principal. Desde el inicio vemos a un individuo infeliz, insatisfecho, incluso triste, interno en una sociedad que no sólo lo ignora, sino que lo rechaza y lo abusa. Vamos un personaje que, por las circunstancias en las que vive se esperaría que contará con el apoyo y compresión de otros, pero esto no es así. 

Tras una exposición constante a esta fatalidad y violencia se pensaría que generaría mayor violencia e incluso indiferencia, sin embargo, se ve el efecto contrario. Tal es el impacto de lo que se ve en la pantalla que genera en uno el rechazo hacia cada una de los actos de agravio cometidos, el veneno funciona como antídoto. Es aquí donde se rescata la maestría del director al plasmar un universo en el que impera ese estado de vida desfavorable, todo ocurre tras la pantalla, pero “toca” al espectador como si fuera la realidad misma. 

Surge un estado de reflexión y conciencia en el que uno se pone a pensar en todo lo que está mal en la sociedad y que puede hacer uno para revertirlo o en un caso menor, qué hacer para no contribuir más a ello. Nos hace conscientes de que somos individuos viviendo en una sociedad, lo que le pasa al otro no está tan alejado de nuestra realidad y viceversa, pero para llegar a ese estado de conciencia hay que poder ver el problema, no ignorarlo ni evadirlo, sino verlo como se muestra ante nosotros y hacerle frente. Ver a la violencia no como un acto que hay que ejercer sino como un artefacto que permita desarticular aquello que está mal en la sociedad.



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