Joker
por Isis Aurora Haro Barón
El objetivo de Arthur Fleck era traer risas al mundo… O ese se suponía que debía ser, antes de caer en cuenta que no tenía habilidades histriónicas, ni un sentido del humor cómico o mínimamente convencional, ni la nimia habilidad de conectar con los otros, ni siquiera había conocido la felicidad a lo largo de toda su vida, por decir lo menos.
El Joker nos lleva de la mano de este miserable personaje, cuya única constante pareciera ser la catástrofe: abandonado no sólo por quienes le rodean (que, sin mostrárnoslo, podríamos suponer que son casi tan desgraciados como él), sino que también por el Estado y una clase alta demasiado preocupada por no perder su posición e influencia, Arthur trata de sobrevivir en la decadente Ciudad Gótica, que día con día se ahoga en la podredumbre de sus propios desechos, donde el valor de los individuos es definido únicamente por su capacidad productiva; sin habilidades ni esperanza alguna, Arthur, además, lucha contra sus enfermedades mentales, siempre esforzándose por encajar dentro del molde de persona promedio, así como por ganarse la vida a expensas de su propio sufrimiento.
Ante el panorama anterior, no es de sorprender que a lo largo de la cinta se nos muestre el declive de la razón del personaje principal, en el que termina aceptando tanto su calidad de marginado como de enfermo mental, abrazándolas a ambas sin tapujos, dispuesto a mostrar a través de ellas cómo es la vida de los de abajo, esto casi sin intención, ya que Arthur se encontraba demasiado ocupado tratando de sobrevivir a su convulsa situación como para liderar un movimiento y, tal vez por esta misma razón, el resto de los oprimidos lograron converger en su figura y encontrar un propósito en común: luchar contra el sistema que los había subyugado y pisoteado durante toda su vida, aún si sus vías de hacerlo fueran cuestionables.
Aunque Arthur es un personaje llevado al extremo de la miseria, apaleado por la vida (literalmente en algunos momentos), no logra perder su carácter humano, no tanto porque sea alguien con quien te podrías identificar, ni siquiera por la empatía que genera su desgracia, sino porque sirve como un reflejo de lo que la mayoría experimentamos o hemos experimentado: el desprecio de una sociedad individualista a la que sólo le interesas mientras seas útil; el sentimiento de ser una cifra que, si no es rentable, se verá despojada de toda la ayuda que necesita para mantenerse a flote; y, finalmente, la presión (y opresión) de tratar de cumplir con estándares que somos incapaces de alcanzar.
Mas, lo que se siente como un respiro en Joker, es que Arthur Fleck tiene una liberación en el punto más bajo de su desesperanza, cuando se da cuenta que no tiene nada más que perder, se deshace de todo cuanto lo había atado, para por fin ser percibido por el resto y decir: yo también estoy aquí.
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